La noche extiende su manto sobre un vasto paisaje. Bajo un follaje salpicado por tenues destellos, apenas se intuye la presencia de unas grandes siluetas.
A medida que la visión se adapta a la luz de la luna, y tras encender una hoguera, las siluetas se revelan en todo su esplendor. Son grandes piedras colocadas en círculo, una reminiscencia ancestral de una ceremonia olvidada; el vestigio de algo oculto para la mente consciente, pero conocido para el instinto.
Alrededor de las llamas, entre los monolitos y a través de la oscuridad, flota un aroma amaderado, especiado y resinoso, distinguido por el incienso, el heno y la mirra. El fuego crepita. Las piedras se alzan majestuosas. La sensación de ceremonia se intensifica.